jueves, 10 de agosto de 2023

Mamá sabe mi estilo de vida y me ayuda

Mamá sabe mi estilo de vida y me ayuda

         He conocido la historia de una pareja que es realmente sorprendente, surrealista, diría yo. La madre ayuda a la hija a que le ponga los cuernos a su marido. Me ha parecido tan curiosa y fuera de lo habitual que me he decidido a contarla.

 Comparto con mi marido este ardiente estilo de vida "de pareja cornuda" desde hace unos cuatro años. Tenemos dos hijos y mi madre solía unirse a nuestras vacaciones playeras, con la excusa perfecta de "ayudarme" y darme un respiro.

Pedro, mi esposo, con gustos tan singulares como su veta exhibicionista, me incitó a usar bikinis más audaces, de esos que apenas cubren lo esencial, dejando un festín visual para las miradas ajenas. La lujuria en los ojos de los extraños era su afrodisíaco favorito. Y yo, su obediente y ávida exhibicionista, fui acortando telas y alargando la provocación.

Hija —me espetó un día mi madre, con un sutil reproche disimulado tras un carraspeo—, ¿no te parece que esos bikinis, y esa ropa de noche que usas, son un poco... digamos... escandalosos? Algunos vestidos tuyos son casi como si fueras desnuda, y no digamos nada de los bikinis. Por abajo te tapan la rajita y poco más, y por arriba el pezón.

Le confesé, susurrando secretos de alcoba, que a Pedro le encantaba verme exhibirme, que era uno de sus caprichos. Fingí, ¡oh, el arte de la simulación!, que aún no había cruzado la línea, buscando su consejo. Así, si ella se escandalizaba, podría yo, enarbolando la bandera de la virtud, negar a Pedro vestirme así, con el faro moral de mi madre como excusa.

Mi respuesta inicial fue evasiva. Tras consultarlo con Pedro, me aconsejó confesarle a mi madre la verdad de nuestro picante matrimonio. Lo hice, pero con un giro estratégico: le revelé que mi marido disfrutaba viéndome exhibirme y deseaba que yo saliera y tuviera encuentros sexuales con otros hombres.

Nuevamente, fingí que era solo una idea, un plan no ejecutado. Se lo presenté como un acto de confianza, pidiéndole su consejo. Si ella se oponía rotundamente, tendría la excusa perfecta para decirle a Pedro que no estaba cómoda y que no lo haría.

Pero mi madre, una mujer que no se escandaliza fácilmente, me sorprendió con su pragmatismo:

Ten cuidado, hija. No vaya a ser que Pedro encuentre en esto la excusa perfecta para engañarte con otra.

¡Ay, la ironía! Ella, preocupada por la "trampa", cuando la trampa, en su sentido más lúdico y consentido, era el pilar de nuestro matrimonio. No podía confesarle, claro está, que llevábamos cuatro años disfrutando de estas “travesuras”. Su consejo fue la cautela, la calma, la sensatez de quien ha visto mucho y ya nada le espanta. Ni disgusto, ni alegría, solo una resignación filosófica ante la inmensidad de la excentricidad conyugal.

Continué con mis diminutos bikinis y mis vestidos nocturnos que eran poco más que un velo. Pasaron los meses, y a su pregunta de rigor sobre mi matrimonio, le aseguré que todo marchaba sobre ruedas, que Pedro no me engañaba. Eso la tranquilizó. Para ella, el engaño unilateral era el verdadero pecado capital, no la promiscuidad consentida.

Estoy segura de que mi madre buscó en Internet sobre nuestra dinámica matrimonial, y se informó bien sobre qué es un matrimonio "cornudo", qué les motiva y qué le gusta al marido de su esposa.

Estaba pasando un fin de semana largo  con mis hijos en su casa, y me encontré  con un viejo conocido, un "medio novio" de antaño. Le di mi número. Quedamos para cenar. A las cuatro de la tarde me llamó para quedar  esta noche. Un frenesí logístico se apoderó de mí: niños, ducha, depilación integral, preparativos, condones. ¡Los condones!

Llamé a Pedro, mi asesor experto en estos asuntos. Él, previsor, ya había deslizado un par de cajas de preservativos en mi bolso. ¡Media hora de ahorro logístico! Y me dio otro consejo: que hablara con mi madre, que le pidiera ayuda. "Las mamás también ayudan a sus hijas a tener sexo, ¿verdad?", dijo con esa sorna suya.

Le expliqué la situación a mi madre, sin tapujos, con la misma naturalidad con la que le hubiera pedido azúcar: necesitaba que cuidara de los niños y que, probablemente, pasaría la noche fuera. Asintió.

Todo fluyó con una pasmosa normalidad. Cuando salí por la puerta, mi madre me acompañó, me miró con una sonrisa que era una mezcla de complicidad y fatalismo, y me dijo:

¡Que lo pases bien! ¡Sé cuidadosa!

Vale, mamá —respondí, con la levedad de quien va a comprar el pan. Y añadí, cargada de intención: A eso voy, a pasármelo bien.

A mi regreso, de madrugada, mi madre me abrió la puerta. Un suspiro de resignación escapó de sus labios al ver mi vestido manchado. Le expliqué, con la parsimonia del que relata una hazaña, que quería guardar el vestido para Pedro, que esas cosas le excitaban sobremanera.

Nos quedamos en silencio, un silencio elocuente. Solo rompí la quietud con un "Me voy a la cama". Mientras subía las escaleras, le di las gracias:

¡Muchas gracias, mamá, por tu ayuda!

Desde abajo, su voz me alcanzó:

¿Valió la pena, hija?

¡Ya lo creo que valió la pena! ¡Ha sido una noche mágica! ¡Ha sido follar y follar! ¡Ah! ¡Y en estos días saldré todas las noches! Esto es un festín ocasional y no quiero perdérmelo.

Y así fue como mi madre, esa mujer de costumbres, abrazó, a su manera, mi estilo de vida de "hotwife".

Un día, sacó a colación el tema de los cuernos, enojada con mi hermano, que se divorciaba tras descubrir la infidelidad de su esposa. Con una indiferencia que solo los años y la experiencia otorgan, me soltó: "Me alegra que estés bien con tu esposo teniendo sexo con tus amigos; si tu hermano entendiera que una mujer necesita algo más grande de vez en cuando, también estaría en un lugar mejor".

Siendo ella mi madre, y sabiendo lo que sabía, solo pude responder con un "somos felices, muy felices".

Pasó un tiempo y mi madre se mudó a vivir a mi ciudad, a una casa cerca de la mía. Desde entonces, su ayuda ha sido una constante, un pilar silencioso de nuestra ardiente vida.

Recuerdo una ocasión en la que me fui con un "amigo" a pasar un fin de semana a la playa. Se lo conté y le pedí que cuidara a los chicos. Al salir, me despidió delante de mi marido con un "diviértete" y, con sorna, le comentó a él que me llevaba una maletita muy ligera, con poquita ropa. La risa de Pedro y un "no creo que use mucha ropa, seguro que vuelve con alguna sin poner” fue la mejor banda sonora para el inicio de un viaje cargado de promesas.

Esta situación, créanme o no, hace que nuestro matrimonio funcione de maravilla. Cada día mejor. ¡Gracias, mamá, por tu resignada y sabia complicidad en este delicioso juego de pasión y libertad!


1 comentario:

jose espitia dijo...

Linda historia. Felicidades a los matrimonios cornudos con una sexualidad abierta

Una vez que se comienza en el mundo de los cuernos, ¿hay vuelta atrás?

  Una vez que se comienza en el mundo de los cuernos, ¿hay vuelta atrás? Este es un tema que interesa mucho a las personas implicadas ...